Es guardavidas, es argentino y salvó a 9 personas en una playa de Estados Unidos

Mariano Martínez rescató a todos los miembros de una familia que habían quedado atrapados en las aguas de Lido Beach, en la Florida. Contó cómo fue el operativo que tuvo que realizar

“Dejáme morir, pero salvá a mi hija”, le imploró una mujer mientras Mariano Martínez luchaba por mantenerla a flote cuando perdía las fuerzas para mantener sus cabezas fuera del agua. Estaban a más de 200 metros de la costa mientras los otros cuatro miembros de la familia también corrían peligro: desesperadas, las personas se sostenían de una especie de tabla.

 

Con destreza y profesionalismo logrado por la preparación que le fue impartida, en unos 20 minutos, Martínez realizó un rescate sin precedentes: salvó la vida de ocho personas y de una novena, que ingresó al mar para ayudar, pero que estaba perdiendo sus fuerzas.

 

Desde 2018, Martínez es miembro de la División Guardavidas del Departamento de Bomberos del Condado de Sarasota, y debido a ese accionar se convirtió en los últimos días en el héroe sin capa ni espada. La historia de este argentino llegó a los medios más importantes de los Estados Unidos.

“Cada vez que lo recuerdo me emociona. Se me viene a la mente la cara de esas tres primeras personas porque si hubiera llegado a ellas un minuto y medio más tarde, creo que hubieran sido arrastradas por la corriente… Si me vieras los ojos ahora, verías que están llenos de lágrimas. En ese momento, en medio del rescate, uno no piensa en su propia familia, en quienes están esperando en casa sino en salvar la vida de un desconocido. Y te metés al agua entendiendo que no sabés qué te vas a encontrar al llegar a la persona. Pero comprender hoy que toda esa familia pudo volver a su casa, y con todos sus miembros, debido a mi intervención es lo más lindo que se puede sentir”,  cuenta Martínez en una comunicación telefónica.

 

Mariano es oriundo de Berazategui, provincia de Buenos Aires. Cuando veraneaba con su familia en la Costa Bonaerense, pasaba horas mirando a los guardavidas: cómo se movían y cuando entraban corriendo al mar. Siendo un niño se dio cuenta de que eso era lo que quería para su vida. Cuando tuvo la edad suficiente, comenzó su entrenamiento sin imaginar, claro, que 22 años más tarde viviría una experiencia extrema y sería el responsable de uno de los rescates más espectaculares de los Estados Unidos.

 

Antes de llegar a la península de Florida, el guardavidas cosechó 15 años de experiencia entre Mar de Ajó y Nueva Atlantis, y cerca de 7 años más en Sarasota, donde reside actualmente. En 2016, se mudó a los Estados Unidos y desde 2018 es parte del Equipo de Salvavidas del Departamento de Bomberos de ese condado.

El grupo de guardavidas utiliza una app (Pulse Point) para recibir alertas de emergencia en cada una de las playas. La aplicación es el 911 de ellos. Allí recibió el aviso: había personas, cuyas vidas estaban en peligro, por haber quedado atrapadas en una corriente a unos 230 metros de la costa.

 

“Nosotros trabajamos todo el año de 9 a 17, cuando cerramos las torres y no queda ningún guardavidas en servicio”, inicia el racconto de lo que pasó el sábado 22 de junio, día en que debieron evacuar la playa cerca de las 16.15 por una tormenta tropical muy grande y con descargas eléctricas.

 

Sin embargo, luego de cerrar la torre, él se quedó en la oficina para esperar a que pasara la tormenta. “Después, decidí quedarme un rato más, como a veces lo hago, para disfrutar un poco la playa. Me gusta caminar por ahí. Eso hacía cuando cerca de las 19.10 recibo una alerta en el celular. Nosotros trabajamos con una aplicación, que es el 911 que tenemos en el teléfono, programado para recibir todas las emergencias de Sarasota. Suena cuando hay emergencias en el agua”, explica.

 

La mayoría de estos rescatistas, tiene programada esa app para que dé avisos de alerta mientras están de servicio, pero como él es muy apasionado por lo que hace, la tiene activada las 24 horas. “Así fue como a las 7:10 de la tarde me entra en el celular un pedido de rescate en el agua. Escucho que eran dos personas en peligro, entonces corro para agarrar mis elementos de seguridad, que siempre los tengo conmigo”, revive.

Ya en clima de situación, recuerda con detalles: “Corrí hasta el lugar del incidente, más o menos, media milla (unos 800 metros) de donde yo estaba. Cuando llego, sólo tenía un tubo de rescate, que son como los torpedos que se usan en la costa, pero son más finitos y más largos, rectangulares, de un material similar a la goma espuma y flexibles; a la persona la podés abrazar con eso y tiene un cierre que hace que flote sola, esté consciente o no. Bueno, al llegar a la orilla, la gente me empieza a hacer señas: miro para adentro y no supe cuántas eran, en realidad, pero vi que eran varias personas en riesgo. Y me tiré al agua. Ya adentro, encuentro a la primera chica, de unos 17 años, a unos 70 metros de la costa y noté que, prácticamente, ya había dejado de luchar por su vida. Estaba realmente muy cansada”, cuenta y su relato estremece.

 

El rescate no fue simple ni uno más. En medio de las aguas notó que estaban adentro de una corriente de retorno. “Las personas se habían metido sin saber qué pasaba allí”.

 

Cuando esa corriente sucede, arma como un callejón en el mar y el agua arrastra para adentro. Este fenómeno sucede cuando se rompe el banco de arena, por lo general debido las tormentas o grandes crecidas del agua y provoca una especie de embudo.

 

“En esa situación, una persona puede estar en el mar con el agua en el pecho, jugando con alguien, pero hace un metro al costado y se cae en ese callejón profundo, y esa arrastrada para adentro. La manera de salir es siempre a favor de la corriente, dejándose llevar, pero la gente, en su desesperación, busca salir y es imposible luchar con toda esa agua. Aunque la corriente no te puede arrastrar más de 80 o 100 metros, para quien no sabe nadar o no tiene experiencia, que el mar la esté arrastrando para adentro, mientras traga agua y busca luchar por salvarse, es muy complicado. Y esto es lo que le pasó a esta gente, que eran todas de una misma familia, excepto una persona de los nueve”, explica sobre quienes llegaron desde Orlando y que se habían ido de la playa cuando comenzó a la tormenta, pero al llegar a su auto notaron que en el apuro por juntar sus pertenencias perdieron la llave. Les tocó esperar más de una hora para que les alcanzaran otra y al notar la calma en las aguas, regresaron a pasar un rato más.

Luego de poner en contexto la gravedad de la situación, sigue: “Al llegar a la primera chica, a unos 70 metros de la costa, le empiezo a gritar que aguante porque veía que había dejado de luchar: ya no tenía más fuerzas, pero al escucharme reacciona. Le dejo el zuncho, se lo abrocho y le pido que se quede tranquila, porque iba a estar bien con se elemento y el aviso que yo iba a seguir porque había más gente adentro. Nadé unos 30 o 40 metros más y encuentro a nena, una mujer grande y otra de unos 40 años hundiéndose mutuamente por la desesperación, tratando de mantenerse a flote. Las agarró, me dicen que son madre e hija. La mujer me dice: ‘No te preocupes por mí, dejame morir, pero salvá a mi hija…’”, cuenta consternado.

 

Sujetó a las dos y valiéndose de toda la técnica con la que muy bien lo entrenaron, se prometió salvarlas. “Nosotros tenemos una patada de flotación forzada, que es una técnica de una patada que te mantiene prácticamente con medio cuerpo afuera, pero usarla para mantener a dos personas afuera es más complejo”, asevera sobre el momento en que tomó la decisión que marcó el hito del magnifico rescate.

 

Logró calmarlas mientras veía que había otras seis personas más adentro. “Por suerte, ellas estaban con esas tablitas de bodyboard, esas de barrenar las olas que se compran en el supermercado. Eran dos tablitas, tres en cada una, aunque hacían movimientos para subirse, no lo lograban pero se mantenían flotando”, cuenta lo que pese a toda la situación observó. En medio de tremenda situación, mucho le colaboró que los implicados hablaban también español, lo que simplificó la comunicación con ellos, y pudieron entender todo lo que Martínez les indicaba.

 

“Mientras tanto, seguía pateando para mantener a la mujer y a la hija con la boca afuera del agua cuando veo que cuatro de esas seis personas estaban más tranquilas. Digo cuatro porque son las que estaban en el fondo, más la madre y la hija, más la primera chica que encuentro, son las siete que estaban ahogándose cuando llegué. Las otras dos, que estaban con esas cuatro del fondo, era otro miembro de la familia y una persona que pasaba caminando cuando comenzó toda esa situación y se metió con ese familiar para ayudar. Pero prácticamente no sabían nadar. Eran siete más dos. Me quedo más tranquilo cuando veo que esas cuatro del fondo estaban más tranquilas y entendieron que si se agarraban de la tabla y se mantenían a flote, podrían darme tiempo a mí para llegar a la costa con la madre y la hija, y volver por ellos”.

 

Las sacó a ellas primero y las dejó en la costa. Apenas lo hizo, regresó buscar a la primera persona que había dejado con el zuncho y que estaba flotando. “La saqué también a la orilla y regresé para buscar a esas seis personas. Te juro que fui rezando para que estén, porque uno cuando hace un rescate múltiple, toma elecciones: sacar a las personas que considera en riesgo. Esto es tomar decisiones que en ese momento creemos que son las mejores, pero no quiere decir que sean perfectas”, especifica. Regresó con ellas.

 

“Empecé por el grupo de tres que veía más nervioso, los dejé en la costa y volví por el otro grupo de tres. Uno de ellos, el que se había metido a ayudar, que era un americano, me dijo que podía volver solo nadando y que no me preocupara por él aunque me aclaró que no podría ayudarme: ‘Estoy totalmente exhausto, pero yo puedo salir solo’, dijo. Igualmente salimos juntos porque nunca se sabe qué puede pasar después de tamaño esfuerzo”.

Con ese último aire, el equipo de emergencias ya estaba auxiliando a todos.

 

Al volver a su celular, notó la cantidad de llamadas perdidas de su esposa. Regresó a casa y le pidió lo que más necesitaba. “Cuando me preguntó qué había pasado, le pedí que me abrazara. Se me hicieron agua las piernas”, recuerda. Al poner la cabeza sobre la almohada se le volvieron las imágenes de lo sucedido y entendió que ahora él sería uno de esos guardavidas héroes que otros niños iban a querer imitar.

 

“Nunca pensé que algo así podría pasar. Tuve suerte, pero siento que hubo algo mayor dándome una mano. Hoy se está hablando de esto a nivel nacional, por todos lados. Me alegra que se sepa en Argentina que un argentino está haciendo las cosas bien afuera. Y espero que este tipo de situaciones no vuelvan a pasar”, finaliza.

 

Publicado en Infobae

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